
Todo anda revuelto, todo apriesa, todo marañado. No hallarás hombre con hombre; todos vivimos en asechanza los unos de los otros, como el gato para el ratón o la araña para la culebra, que hallándola descuidada se deja colgar de un hilo y, asiéndola de la cerviz, la aprieta fuertemente, no apartándose della hasta que con su ponzoña la mata.
Prácticamente había nacido la novela moderna aunque, como dice Pedro M. Piñero: “al lector español no todo le sonaría a nuevo, pues Celestina, desde finales del XV, y Lazarillo, desde mediados del XVI, habían ido preparando al público para la nueva narrativa”. (Pedro M. Piñero Ramírez: la publicación del Guzmán de Alfarache (Madrid, 1599) y la invención de la novela moderna. En, Atalayas del Guzman de Alfarache. Seminario internacional sobre Mateo Alemán. IV Centenario de la publicación de Guzmán de Alfarache (1599-1999). Sevilla, 2002, p. 22¿Quién como él en menos de tres años y en sus días vio sus obras traducidas en tan varias lenguas, que, como las cartillas en Castilla, corren sus libros por Italia y Francia? […] ¿De cuáles obras en tan breve tiempo se vieron hechas tantas impresiones, que pasan de cincuenta mil cuerpos de libros los estampados y de veinte y seis impresiones las que han llegado a mi noticia que se le han hurtado, con que muchos han enriquecido, dejando a su dueño pobre?
Puso una honrada casa; procuró arraygarse, compró una heredad jardín en San Juan de Alfarache, de mucha recreación, distante de Sevilla poco más de media legua, donde muchos días, en especial por las tarde el Verano, iba por su pasatiempo, y se hacían banquetes. (p. 12)
En esto no pierde mi persona, ni vendo alhaja de mi casa; por mucho que a otros dé, soy como la luz, entera me quedo, y nada se me gasta. De quien tanto he recibido, es bien mostrarme agradecida, no le he de ser avarienta, con esto coseré a dos cabos, comeré con dos carrillos; mejor se asegura la nave sobre dos ferros, que con uno; quando el uno suelte, queda el otro asido. Y si la casa se cayere, quedando el palomar en pie, no le han de faltar palomas.
Ahora sólo cabía preparar el plan del encuentro, para ello contaba con la estrategia celestinesca: “trató con su dueña el cómo, y quándo sería”. En este momento es donde entra en juego el Aljarafe, allí en la fachada oriental de la comarca con vistas al famoso río bético tenía el padre de Guzmán su heredad, la joven concertó una visita a una de esas maravillosas quintas, pero antes de narrar este episodio veamos cómo se describe por parte de Mateo Alemán, en la narración de Guzmán, aquel idílico lugar:
Era entrado el Verano, fin de Mayo, y el Pago de Gelves, y San Juan de Alfarache el más deleitoso de aquella comarca, por la fertilidad, y disposición de la tierra, que es toda una, y vecindad cercana, que le hace el Río Guadalquivir famoso, regando, y clarificando con sus aguas todas aquellas huertas, y florestas, que con razón (si en la tierra se puede dar conocido Paraíso) se debe a este sitio el nombre de él; tan adornado está de frondosas arboledas, lleno, y esmaltado de varias flores, abundante de sabrosos frutos, acompañado de plateadas corrientes, fuentes despejadas, frescos ayres, y sombras deleitosas, donde los rayos del Sol no tienen en tal tiempo licencia, ni permissión de entrada.
Sólo en este paraíso símbolo de la fertilidad, del poder simbólico de la naturaleza, de la feracidad, de la riqueza material, de la salud como era este Aljarafe ya desde época de romanos, podía darse este encuentro amoroso y, también como fruto de este amor pecaminoso, la generación del protagonista: nuestro Guzmán de Alfarache. Eva, la madre primordial, en el paraíso terrenal engañó a todos fingidora y veleidosa, ahora la madre de Guzmán en el paraíso del Aljarafe, engañará también a todos con su histriónica invención, el tratante genovés sólo tendrá que poner su cuerpo y su semilla para dar origen a nuestro pícaro y más universal aljarafeño. Sigamos a Guzmán-Alemán y veamos cómo se desarrolló la famosa generación de nuestro pícaro:
A una de estas estancias de recreación concertó mi madre, con su medio matrimonio, y alguna de la gente de su casa, venirse a holgar un día, y aunque no era a la de mi padre la heredad adonde iban, estaba un poco más adelante, en término de Gelves, que de necesidad se havía de pasar por nuestra puerta. Con este cuidado, y sobre-concierto, cerca de llegar a ella, mi madre se comenzó a quexar de un repentino dolor de estomago; ponía el achaque al fresco de la mañana, de do se havía causado, fatigóla de manera, que le fue forzosa dexarse caer de la jamua, en que en un pequqño Sardesco iba sentada, haciendo tales extremos, gestos, y ademanes (apretándose el vientre, torciendo las manos, desmayando la cabeza, desabrochándose los pechos) que todos la creyeron, y a todos amancillaba, teniéndola compassiva lástima. Comenzabanse a llegar passageros, cada uno daba su remedio, mas como no havía de donde traerlo, ni lugar para hacerlo, eran impertinentes; bolver a la Ciudad imposible; pasar de allí dificultoso, estarse quedos en medio del camino, ya puedes ver el mal comodo; los accidentes crecían; todos estaban confusos, no sabiendo que hacerse. Uno de los que se llegaron (que fue de propósito echado para ello) dixo: Quitenla del passage, que es crueldad no remediarla, y métanla en la casa de esta heredad primera: todos los tuvieron por bueno, y determinaron, en tanto que passasse aquel accidente, pedir a los caseros la dexassen entrar, dieron algunos golpes apriessa, y recio: la casera fingió haver entendido que era su señor, y salió diciendo: Jesús¡ Jesús¡ ay Dios, perdono V. md. que estaba ocupada, y no pude más: bien sabía la vejezuela todo el cuento, y era de las que dicen: no chero, no sabo: dotrinada estaba en lo que havía de hacer, y de mi padre prevenida, demás que no era lerda, y para semejantes achaques tenía en su servicio lo que havía menester….” (p. 15)
El viejo caballero pidió a la casera refugio y posibilidad de descanso para su joven, bella y dolorida esposa que no paraba de quejarse de un intenso dolor en su vientre: “Mi madre a todas estas no hablaba, y de solo su dolor se quexaba”. La vieja casera, la de “no chero, no sabo” vistió una cama con sábanas limpias; mientras tanto, “Mi madre con sus dolores desnudóse, metióse en la cama” a la par que pedía paños calientes que, en apariencia, se aplicaba en el vientre pero que en realidad “los baxaba más abaxo de las rodillas, y aun algo apartados de sí”, puesto que temía que esta aplicación pudiera llevarla a “alguna remoción, de donde resultara afloxarse el estomago”. Mientras esto ocurría, el viejo caballero la dejó en la cama, ordenó silencio y no molestarla “luego cerrando con un cerrojo la sala por defuera, se fue a desenfadar por los jardines” dejando de portera y guarda de la flor a la famosa dueña que nada chería y nada sabía. Una vez quedó la casa libre de miradas indiscretas, Guzmán padre salió de su escondrijo y entró en la preparada habitación:
en aquel punto cessaron los dolores fingidos, y se manifestaron los verdaderos. En esto se entretuvieron dos horas largas, que en dos años no se podría contar lo que en ellas pasaron. (p. 16)
Fue así como quedó engendrado nuestro Guzmán de Alfarache. Guzmán padre salió de incognito para Sevilla, al declinar el sol subió a su caballo y se dirigió al Aljarafe, a su heredad. Allí se hizo el sorprendido encontradizo y le pusieron al día de lo que había ocurrido, “Era muy cortés, la habla sonora, y no muy clara”. El enamorado genovés ofreció su casa y cuando llegó la noche, la fresca noche del verano aljarafeño “salieron por el jardín a gozar del fresco”. Luego cenaron al aire libre y, tras la cena, bajaron al río en barca: “un ligero barco, llegados a la lengua del agua, se entraron en él, oyendo de otros que andaban por el río gran armonía de concertadas músicas, cosa muy ordinaria en semejante lugar, y tiempo”, así llegaron a Sevilla en la que cada uno se retiró a su casa. Surgió una buena amistad entre las familias, pero el caballero “hombre anciano, y cansado” tenía los días contados, sobre todo con “mi madre moza, hermosa, y con salsas: la ocasión irritaba el apetito de manera, que su desorden le abrió la sepultura”. Quedó la joven viuda “del primer poseedor, querida, y tiernamente regalada del segundo”. Tenía Guzmán tres años y asegura que tuvo dos padres, la madre decía que éste se parecía, según convenía, a cada cual, quizás a los dos mentía: “mas la muger que a dos dice que quiere, a entrambos engaña, y de ella no se puede hacer confianza”. (p. 21). Sin embargo, Guzmán afirma que su padre, el levantisco genovés, “por suyo me llamó, por tal me tengo, pues de aquella melonada quedé legitimado con el santo matrimonio”.
El ritmo de vida del nuevo matrimonio hacía augurar un descalabro económico. La hacienda aljarafeña constituía una fuente de gastos extremos. Todos los propietarios de esas quintas paradisiacas eran muy ricos y no tenían a las mismas como fuente de ingresos, sino todo lo contrario, es decir, eran argumentos de emulación y de exhibición de su estado y calidad los gastos en ellas empleados servían como argumento de ostentación social:
Aunque la heredad era de recreación, essa era su perdición, el provecho poco, el daño mucho, la costa mayor, assí de labores, como de banquetes: las tales haciendas pertenecen solamente a los que tienen otras muy assentadas, y acreditadas sobre quien cargue todo el peso, que a la más gente no muy descansada son polilla que les come hasta el corazón, carcoma que se le hace ceniza, y cicuta en vaso de ámbar.
A pesar de ello la guzmana había conseguido juntar casi diez mil ducados con los que se dotó para el matrimonio, dinero que fue utilizado por el padre para despabilarse, “como torcida que atizan en candil con poco aceyte”, y proseguir en la ostentación: “comenzó a dar luz, gastó, hizo carroza, y silla de manos, no tanto por la gana, que de ello tenía mi madre, como por la ostentación, que no le reconocieran su flaqueza” (p. 22). Los malos tiempos, los muchos gastos y pocos ingresos consumió al pobre genovés quien, finalmente, “de una enfermedad aguda en cinco días falleció”. Para entonces tenía Guzmán doce años, un joven criado en la opulenta Sevilla con cierta opulencia y sin padre: “era yo muchacho, vicioso, y regalado, criado en Sevilla, sin castigo de padre, la madre viuda (como lo has oído) cebado a torreznos, molletes, y mantequillas, y sopas de miel rosada”. Decidió probar fortuna y viajar “para salir de miseria”, y dejar su ciudad a pesar de que “es dulce amor el de la patria”. Sin embargo, aunque estaba pobre, para su desgracia, lo estaba aún más cargado de honra “la hacienda gastada, y lo peor de todo cargado de honra y la casa sin persona de provecho para poderla sustentar”. De ahí que para no perder esa honra decidiera no utilizar en adelante el apellido de su padre, pero ¿qué nombre y apellidos usar?
Su abuela, Marcela, gran maestra de la vida, como vimos, de su madre había jurado a muchos hombres que ella, la guzmana, era su hija: “Con esta hija enredó cien linages, diciendo, y jurando a cada padre que era suya, y a todos les parecía, a qual en los ojos, a qual en la boca, y en más partes, y composturas del cuerpo, hasta fingir lunares para ello, sin faltar a quien pareciera en el escupir” (p. 23). Marcela utilizaba para su hija el apellido que más le convenía: “Los cognombres, pues, eran como quería, yo certifico, que procuró apoyarla con lo mejor que pudo, dándole más casas nobles, que pudiera un Rey de Armas, y fuera repetirlas una Letania”. Sin embargo, se inclinaba hacia uno de los apellidos con más abolengo o, cuando menos, con más poder en la Andalucía del momento: “A los Guzmanes era donde se inclinaba más, y certificó en secreto a mi madre, que a su parecer, según le dictaba su conciencia, y para descargo de ella, creía, por algunas indirectas, haver sido hija de un Cavallero deudo cercano a los Duques de Medina Sydonia”.
Por tanto, nuestro pícaro utilizará como nombre el apellido puesto e impuesto a su madre, y por su propio apellido el del lugar donde fue engendrado, del que probablemente se sentía natural, el del propio vergel aljarafeño: Alfarache. Con este nombre llegaría a ser universalmente celebrado:
Y para no ser conocido, no me quise valer del apellido de mi padre, puseme el Guzmán de mi madre, y Alfarache de la heredad adonde tuve mi principio: con esto salí a ver mundo, peregrinando por él, encomendándome a Dios, y buenas gentes, en quien hice confianza.
Por consiguiente, el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán (y en este caso en la edición madrileña de Mojados de 1750) forma parte con toda dignidad y absoluta legitimidad de mi Biblioteca de Temas y Autores Aljarafeños.
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