lunes, 20 de abril de 2020

EL MONUMENTO A SALTERAS



                      Por Antonio González Polvillo.


Hoy es 18 de abril de 2020, Día Internacional de Monumentos y Sitios. Es un buen día, de obligado confinamiento, para hablar del tristemente inacabado MONUMENTO A SALTERAS, mal llamado Monumento a Felipe II, que se erigió en esta localidad en 2004, bajo el gobierno de coalición PSOE-PP. 



Cuando en 2003 me llegó la noticia de que el nuevo consistorio municipal pensaba hacer en ese lugar una rotonda con una farola y unas tinajas, pensé que eso era demasiado vulgar; aunque, eso sí,  al menos no llevaría un pobre olivo -no hay mayor condena a un olivo aljarafeño que confinarlo en una horrible rotonda, luego se han puesto en sitios aún más horribles-. El lugar era simbólico, se trata del kilómetro cero y, al mismo tiempo, el último en la relación entre Sevilla y Salteras, de la que esta es "guarda y collación" desde el tiempo de Juan II de Castilla (1405-1454). Es el punto de partida de Salteras en dirección al camino real de Sevilla, por Caño Ronco, pero también el último, el de llegada por el "Camino Viejo de Sevilla" al pueblo. De ahí ese ensanche formado al desembocar el camino en las primeras casas del pueblo. 


Domingo, 11 de octubre de 1925. La Hermandad de Nuestra Señora de la Oliva, acompañada de la Banda de Nuestra Señora de la Oliva, se dirige por el Camino Viejo de Sevilla hacia la Hacienda de Torrijos para participar en la romería del Cristo de Torrijos, al fondo la mole de la iglesia parroquial de Santa María de la Oliva de Salteras.


A pesar de ello, el camino seguía, pues se convertía en el camino real (real aquí toma el sentido más o menos de público) a Olivares que cruzaba el pueblo por la actual calle real, salía al cordel de las carboneras y continuaba hasta la población vecina. Esta llegada a Salteras se determinaba con la llamada "Cruz del Lava", es decir, una cruz de humilladero (de humillarse, de bajarse de la cabalgadura o del carruaje); Cruz del Lava[dero] público que estaba justo al lado y que surtía de agua el "Pozo del Concejo", es decir, el pozo público que luego se convertiría en fuente, la Fuente del Concejo o Fuente de Nuestra Señora de la Oliva, por el azulejo dedicado a la patrona de Salteras que la presidió. Por eso a este lugar se le conocía -antes porque ya nadie lo llama así- como El Lava o, visto desde arriba, el lugar más centrico del pueblo, "Abajo el Lava".

Foto de 2 de febrero de 1954. Podemos ver este lugar absolutamente nevado. El suelo aún no está adoquinado, es de tierra, y por el centro pasa un arroyo. En la parte central, algo a la derecha, podemos ver la Fuente del Concejo y a su lado la Cruz del Humilladero del Lava. A la izquierda el molino que en el siglo XVIII perteneció al conde de Vallehermoso. La casa a la derecha de la Cruz del Lava fue una Venta, un buen lugar para ello pues era el punto de llegada en el que se humillaba el viajero que llegaba a Salteras, allí se expedían comidas, alojamiento y cuadra para los animales.

Este punto cero y último del viejo camino de Sevilla me pareció ideal para erigir una representación antropomórfica de Salteras que saludara, diera la despedida o el recibimiento, a todo viajero que saliera o llegara a Salteras.
La fuente que me inspiró para proponer este monumento fue el famoso, y rarísimo, libro de Juan de Malara, Recebimiento qve hizo la mvy noble y muy leal ciudad de Seuilla, a la C.R. M. del Rey D. Philipe, N. S. va todo figurado, con vna breve descripcion de la ciudad y su tierra. Compuesto por ..... Sevilla: Alonso Escriuano, 1570.






Portada del famoso libro. Edición facsimil del siglo XIX, también rara, de mi biblioteca de temas aljarafeños.



El libro, firmado por el gran humanista Juan de Mal Lara, trata entre otras cosas de la descripción de los adornos que se dispusieron en Sevilla para recibir al rey Felipe II, en su única visita a la ciudad más importante de la Monarquía Hispánica en esos momentos, que tuvo lugar en mayo de 1570. El rey, tras la rebelión de los moriscos de Granada, la conocida como la rebelión de las Alpujarras, había acudido en 1569 a Córdoba en la que se habían celebrado Cortes, de ahí que Sevilla solicitara su visita a la ciudad. 
El monarca llegó por el río para entrar en la ciudad por la Puerta de Goles, que desde ese momento se llamaría Puerta Real. Sevilla le debía mucho al río: "pues gran parte de la grandeza y crescimiento auía venido a la ciudad de el río, era justo que por el mesmo se celebrasse la entrada de su Rey inuíctissimo". 

                        Representación antropomórfica del río Betis, el Guadalquivir.

El rey vino en barca desde La Rinconada. Algo más adelante, afirma Mal Lara: "descubriose luego a su Magestad el cerro de Sancta Brígida con toda aquella verde montaña que va hasta adelante de Gelues, por donde se da principio el Axarafe mostrando vn paño hermosissimo de verduras con sus estendidos prados y casas blancas". Así vio Felipe II por primera vez, y de primera mano, el Aljarafe. 

El Cerro de Santa Brígida (Camas). En la cumbre existió la Ermita de Santa Brígida que tuvo una romería famosísima, sobre todo en Triana.


Detalle de un grabado del siglo XVI. Al fondo a la derecha el Cerro de Santa Brígida. A la izquierda San Juan de Aznalfarache, la antigua ciudad romana de Ivlia Constantia Osset. A la derecha en el centro, Camas y más abajo Triana. En el centro el río Guadalquivir.



                        Pedro Pablo Rubens, Felipe II a caballo. Museo del Prado



El rey desembarcó en la Cartuja de Santa María de las Cuevas, allí volvió a ver el Aljarafe. Así cuando Mal Lara describe el campo de Tablada: "lugar tan estendido que es el campo de Tablada, y por aquella parte yrse cortando con el poderoso crescimiento de Guadalquiuir, a vista de la sierra fertilissima, y partes del Axarafe, que desde la buelta de Merlina, hasta la hermita de Sancta Brigida se va estendiendo, vista a la abundancia de los diuersos ganados, que allí entran". 


Felipe II ha desembarcado. Va escoltado de las milicias o guardas de a pie, maceros, el alferez mayor, don Juan Gutiérrez Tello, Felipe y su sobrino Rodolfo, el cardenal y el otro sobrino Ernesto.

La ciudad levantó una decoración efímera espectacular. Entre los arcos triunfales que pusieron para honrar el paso del monarca, estaba el siguiente:



Vemos que el arco triunfal está dedicado por el S.P.Q.H., es decir, el Senatus Populusque Hispalensis, la ciudad de Sevilla. Vemos también figuras antropomorfas representando la Religión y la Justicia, así como a San Fernando y a los obispos sevillanos, San Isidoro y San Leandro. En la parte inferior están representadas la Victoria, seguramente aludiendo a la victoria de Felipe II en la rebelión de los moriscos granadinos, y a Sevilla. En efecto, en el vano adintelado inferior derecha observamos a una figura femenina que, tal como indica el rótulo, representa a Sevilla. Fue muy común en el mundo clásico representar ciudades, ríos (ya hemos visto la representación en el libro de Mal Lara del río Guadalquivir) y otros conceptos más o menos abstractos con figuras antropomorfas. Por ejemplo a Hispania:

Aureo del emperador Adriano. En el reverso se representa a Hispania en forma de mujer recostada con una rama de olivo en la mano derecha y un conejo a los pies (recordemos que Iberia significa país o isla de conejos).

O, también, la propia Roma:


Denario de la República romana. Presenta en el anverso la cabeza de Roma galeada.

Como vemos, tanto Hispania como Roma son nombres femeninos de ahí que estén representadas por figuras de mujer. En el caso del arco triunfal que nos ocupa, observamos a Sevilla, nombre femenino, también representada simbólicamente por la figura de una mujer. 



Así la describía Juan de Mal Lara:

"Seuilla pues como humilde sierua de su Rey, que a ella venía, se le presentaua en la forma que diremos aora, porque estaua en habito de vna Matrona honestissima, la ropa que le cubría el cuerpo todo, era de vn Tornasol azul claro, y vn bolante ceñido como manto amarillo claro, escurescido en roxo. Estauan las ropas labradas ricamente, con el calçado honesto. Toda su composición modesta, la cabeça torreada, los cabellos apretados con vn Tafetan verde, con girasol encarnado, en la mano yzquierda la torre de la yglesia mayor desta ciudad, por ser todo su cuydado la religión y en los Pechos vn joyel donde parescía el retrato de nuestra señora del Antigua que es la más antigua deuoción de nuestra señora .... Seuilla demás desto mostraua sus pechos abiertos y el Coraçón partido y en ambas partes del el nombre de PHILIPPVS con letras de oro, señalando a él con la mano derecha...". 


Los organizadores de la visita, decidieron que para vestir la muralla, "diose en proponer a la vista de su M. los lugares, y villas de la tierra y jurisdicción de Seuilla". Es decir, allí se pusieron representaciones pictóricas antropomorfas de los lugares y villas del reino de Sevilla cuya jurisdicción era realenga, de ahí que no estén todas, pues aquellas villas que dependían de señorío jurisdiccional no fueron incluidas. Se dividieron en cuatro partidas: Aljarafe; la Sierra de Constantina; la Sierra de Aroche y la Campiña o Banda Morisca. En la partida del Axarafe entraron: Coria, Puebla del Río, Aznalcázar, Pilas, Hinojos, Huevar, Escacena, Paterna, Manzanilla, Castilleja del Campo, Aznalcóllar, Gerena, El Garrobo, Alcalá del Río, Burguillos, La Rinconada, Palomares, Tomares, Valencina, Bollullos, Bormujos, Espartinas, Camas, Sanlúcar la Mayor, Salteras y Benacazón. 
Como vemos, aquí no están Albaida, Gines, Gelves, Olivares, Santiponce, Villanueva del Ariscal, Castilleja de la Cuesta, Castilleja de Guzmán, Umbrete, Mairena del Aljarafe, Almensilla y Villamanrique que no eran de jurisdicción realenga. 



Las imágenes de las villas del Aljarafe se dispusieron en la parte del río:

 "pintadas, yuan dos en forma de muger y la tercera en forma de hombre para más hermosa muestra, eran de muy buena mano, bien coloridas.... Trabajose en la variedad de las figuras y colores por parte de los pintores, y de la mía en las razones y palabras varias. Todas eran de vn tamaño sobre sus pedestales, con ygual distancia vnas de otras, que parescían auer llegado entonces al recebimiento, y puestas por orden ofrescen a su Magestad graciosamente, lo que Dios fue seruido de darles en sus tierras, para todo lo que ha menester y dessea el hombre, que ciertamente es tan grande la abundancia, grossura y fertilidad de todas ellas, que aun la mas pequeña tiene, que poder ofrescer a su Magestad, para ser admitidos con gusto, según se verá en su declaración y assí su Magestad las yua mirando benignamente". 








                             



Como vemos se dispusieron en figura de hombre o mujer según fuesen los topónimos masculinos o femeninos. Así, por ejemplo, Valencina como es femenino se dispone en forma de mujer, en este caso de "cogedera", es decir, cogedora de aceitunas pues, en esa época, casi toda la aceituna, de molino destinada a extraer aceite, se cogía por mujeres. Mal Lara la describía así: "Valencina. Vna muger aldeana en habito de cogedera, con vna vasquiña azul y ropa colorada, en la mano yzquierda vna cesta de Azeytunas, con vn delantal blanco y vnos pollos, segun dize el cantar es del Axarafe". Sin embargo,  a Aznalcázar, segundo pueblo más poblado del Aljarafe en el siglo XVI, tras Sanlúcar la Mayor, el tercero sería Salteras, se configura como un hombre: "Haznalcaçar en habito de hombre con vn sayo amarillo, la ropa de encima morada, sobre la cabeça vnos muros, en la mano yzquierda vna fuente rustica, que sale de vna peña y a los pies vn río (llamado Guadiamar) con vna puente. Tiene vna cerca antigua, por donde se vee lo que solía ser". En efecto, Aznalcázar tuvo muralla porque fue una importante ciudad romana, Olontigi, y luego tuvo gran importancia en época musulmana. También se representa como una mujer a Sanlúcar la Mayor, de la que dice Mal Lara: "Está pintada como muger hermosa, la vasquiña morada, la ropa azul, en la mano derecha, tiene vn ramo de Oliua, y en la yzquierda el retablo donde esta sant Estacio a pie, hincado de rodillas delante del cieruo que trae el Crucifixo entre los cuernos, y el Cauallo y Lebrel..... Tiene la figura mas, vna guirnalda con torres, a sus pies vn Toro, vn vaso de azeyte, y vna media arroba". Con la guirnalda con torre se alude a sus murallas de época árabe y es clara la referencia a la producción de aceite -Sanlúcar se llamará también Sanlúcar del Alpechín-.

La representación de Salteras.

A Salteras, por la condición de su topónimo, también le corresponde la representación en forma de mujer. 




Así la describe el célebre humanista: 

"Estaua enfrente Salteras, vna muger con vna Vasquiña morada, la ropa amarilla y vn plato de vuas". 

Curiosamente, será en la representación de Salteras cuando Mal Lara aluda al significado, también simbólico, tanto del género como de los colores de las figuras que describe. Así dice:

"las colores todas de las figuras, declaran también los frutos y tierra que tiene, porque se tuuo atención, a que fuesse todo ygual y corresponde la figura al lugar, la ropa al fruto, el color a la calidad, el sexo a su efecto, la postura a su obra, el color a la superficie, y las palabras a todo". 

Por lo tanto, Salteras es un mujer porque femenino es su topónimo, una bella, hermosa y elegante matrona clásica que lleva una basquiña morada porque tal como dice "la ropa al fruto", tenía como una de sus principales riquezas el olivar, la aceituna de molino, de ahí el color morado de su basquiña. Por otro lado, el humanista afirma que la ropa era amarilla, en alusión a otra de sus grandes riquezas: la vid, que produce el maravilloso caldo amarillo dorado, el vino de Salteras que tenía fama en la comarca y en Sevilla. No dice nada del color del manto pero a buen seguro que era azul.
Debajo de la imagen se desarrollaban unos versos latinos, era como si Salteras estuviese hablando al rey Felipe II:

Hispalis et virides colles, et Baetios vndae
aduentu exultant clare Philippe tuo.
Laetitiae Bacchus dator, et Tritonia Pallas
Ex hilarant agros tempus in omne tibi.

También se explanaba su traducción a lengua romance:

"Los verdes collados de Seuilla, y las aguas de Betis se regozijan, o claro Philipe, con tu venida. Baco dador de alegría, y Palas Tritonia, alegran los campos en todo tiempo y para su seruicio".

Asimismo, se dispusieron versos en romance:

Seuilla y su gran ribera, 
Se alegran con tu venida,
L'alegria esta esparzida
Gran señor por donde quiera,
Nunca tal cosa fue oyda.

Palas tomo con Lyeo 
Del regozijo el cuydado
Y tienen tan lleno el prado,
D'alegría, que no veo,
Quien no este regozijado.

Como vemos, los versos aluden a los dos frutos principales que Salteras ofrece a la Monarquía Hispánica, al rey Felipe II, el señor más poderoso de su tiempo: olivos y viñas; aceite y vino. Palas Atenea y Baco, los dioses que representan esos frutos, hablan por Salteras. Palas, los olivos, alegra los campos con sus hojas verdes y plateadas y sus moradas aceitunas preñadas de aceite, mientras que Baco, la viña, el vino, es "dador de alegría"; un Baco que es citado en el verso con su atributo de Lieo, "el que desata" y libera de las preocupaciones, tal como lo representó el gran sevillano Diego Velázquez en su obra: ofreciendo el invento del vino a los hombres para alegrarles la vida.

Fábrica de Ramos Rejano (Triana, h. 1920), El Triunfo de Baco de Diego Velázquez.

Por consiguiente, parece evidente que nada ni nadie puede representar mejor a Salteras, en su pasado, en su presente y en su futuro, que esta bella imagen de mujer, porque mujer es Salteras, que debía ofrecer, en el lugar en el que se humillan, en el que se apean los viajeros que llegan a Salteras, lo más valioso que tiene: las singulares riquezas que emanan de su tierra. 
En 2004 propuse, por supuesto desinteresadamente, a los responsables municipales este proyecto con el que estuvieron de acuerdo. Con un amigo de entonces consensuamos un dibujo en base a Mal Lara y a la tradición clásica: 


El Monumento a Salteras, del que inexplicablemente solo se hizo lo menos importante, su "peana", consta de basamento y dos columnas de mármol, diseñadas en origen de orden corintio pero que finalmente fueron jónicas, y que debían servir como base para la estatua en bronce de la mujer que representa a Salteras. Está inspirado en el Monumento a Colón de los Jardines de Murillo de Sevilla que diseñara el arquitecto Juan Talavera en 1917:






Ambas caras del basamento llevan una inscripción relativa a lo que Salteras expuso ante Felipe II en 1570 y lo descrito por Juan de Mal Lara en el libro que hemos venido glosando: 



El lapidario (un taller de la vecina Olivares) tuvo un error al grabar y duplicó la "u" de Bachus. Pese a mi advertencia así se quedó.








Como se puede observar el monumento está inconcluso. En castizo diríamos que está la "peana" pero le falta el "santo", lo cual es una gran horterada que, además, provoca la confusión de cuantos llegan a Salteras que, finalmente, terminan por creer que se trata de un monumento a un rey absoluto como fue Felipe II, un error que a veces proviene incluso de fuentes oficiales, véase internet. Falta la mujer que representa, con validez para el pasado, el presente y el futuro a Salteras, tal como los artistas del Renacimiento sevillano con un excelente criterio la diseñaron. Una representación simbólica de Salteras que no entra en conflicto con la religión, la política o cualquier otra forma de discrepancia social y, por tanto, representa y unifica a una sociedad histórica como la que conforman los habitantes que vivieron, viven y vivirán en la Salteras eterna. 
Se da un gran contrasentido. Salteras ofrecía al rey en 1570 lo más preciado de sus campos, ese plato de uvas que sostenía en sus manos. Hoy en Salteras no hay ninguna viña productiva, la riqueza de Salteras es el cobre, fundamental para la aleación con la que estaba proyectada la construcción de la figura: el bronce. ¡¡Grandísima paradoja!! 


Epílogo:

Desde aquel lejano ya 2004 muchos pueblos del entorno han dispuesto rotondas con símbolos más o menos adecuados de su pasado histórico y cultural. En 2019 el Ayuntamiento de Olivares aprobó la remodelación de la rotonda del cementerio con un símbolo alusivo a la donación de órganos y sangre, con un presupuesto de casi cuarenta mil euros. Ya antes había dispuesto la rotonda de entrada desde Sevilla con figuras relativas al Barroco. 



Sanlúcar la Mayor dispuso también una impresionante cuadriga de bronce en la rotonda de intersección entre las carreteras de Benacazón y Espartinas con la localidad, también con un presupuesto de cuarenta mil euros. Su intención era aludir al Lucus Solis, lugar de la antigüedad que supuestamente, pero erróneamente, se hallaba en Sanlúcar.



También Valencina dispuso mucho después rotondas con elementos alusivos a la cultura de la villa, el famoso ídolo placa y un dolmen:





O Camas que colocó la diosa Astarté del famoso bronce que el profesor Juan de Mata Carriazo compró en el mercadillo del Jueves, el Bronce Carriazo:


A partir aproximadamente de ese 2004, España entera se llenó de rotondas con monumentos alusivos a la población en la que se erigía. Inexplicablemente, el Monumento a Salteras, uno de los primeros proyectados, lleva esperando su conclusión desde hace la friolera de 16 años. 









domingo, 26 de abril de 2009

EL ALJARAFEÑO VIRTUAL MÁS UNIVERSAL: EL PÍCARO GUZMÁN DE ALFARACHE

Matheo Alemán: Primera, y segunda parte de la Vida, y Hechos del Pícaro Guzmán de Alfarache, escrita por…., criado del Rey Nuestro Señor, natural, y vecino de Sevilla. Dedicado al señor Don Joseph Bermudez, del Consejo de S. M. en el Real de Castilla. Corregido, y Enmendado en esta Impressión. Madrid: en la Imprenta de Lorenzo Francisco Mojados, impresso a su costa, 1750. 4º. 4 h. + 534 p. + 1 h.
Ejemplar encuadernado en plena piel de época con tejuelo rojo y guardas de papel de aguas de siglo XVIII.
LA EDICIÓN DE LORENZO FRANCISCO MOJADOS DE 1750
Esta es la edición de mi biblioteca que hoy presentamos. En el libro Mojados se dirige a don José Bermúdez, consejero del Consejo de Castilla y alude a la reimpresión del Guzmán realizada en 1723 por Juan de Montes Reyes quien, también, solicitó la ayuda y el patrocinio del consejero para editar, “renovar la memoria”, de la Vida y Hechos de Guzmán de Alfarache. Ahora, Mojados, hacía lo propio con el mismo personaje: “la prosecución de su asylo en esta posterior reimpresión” que, enmendada de defectos anteriores, sacaba ahora a la luz. Así ocurrió, y fue tasado en Madrid a seis maravedís cada pliego el 20 de noviembre de 1750.
No cabe duda de que, en efecto, el personaje más universal del Aljarafe, si atendemos a su virtualidad, es decir, como personaje de creación literaria, irreal si se quiere, que lleva el nombre del Aljarafe, o de una población muy significativa de esta genuina comarca: San Juan de Aznalfarache, es el famoso pícaro Guzmán de Alfarache que da nombre a una de las novelas picarescas más famosas de todos los tiempos; en realidad, ha pasado a la historia como la primera novela picaresca.
La primera parte del Guzmán de Alfarache vio la luz en Madrid en 1599, al año siguiente de la muerte de Felipe II, en un volumen en 4º con 256 folios en casa del licenciado Varez de Castro. En esta edición princeps del Guzmán se ofreció un grabado con el retrato de su autor, el sevillano Mateo Alemán, realizado en cobre por Pedro Perret. Aparece vestido de una forma elegante, “envarado con su gola cortesana”, y dirigiendo al lector una dura y fría mirada. Con el dedo índice de su mano derecha, decorada con puñetas rizadas, señala un raro emblema en el que aparece la araña y la serpiente que, además, presenta una filacteria con la inscripción (inspirada en la Historia Natural, X, LXXIV, 206, de Plinio): ab insidiis non est prudentia. A pesar de la exaltada prudencia de la serpiente, ésta no es lo suficientemente intensa para escapar de la vigilancia de la araña que, siempre al acecho, mata. Maurice Molho afirmó: “Medio siglo antes que Hobbes, Alemán hace suyo el homo homini lupus de la Antigüedad”. En efecto, más adelante dirá el propio Alemán lo siguiente (que, deberíamos leer mirándole fijamente a los fríos ojos con los que Perret lo retrató):
Todo anda revuelto, todo apriesa, todo marañado. No hallarás hombre con hombre; todos vivimos en asechanza los unos de los otros, como el gato para el ratón o la araña para la culebra, que hallándola descuidada se deja colgar de un hilo y, asiéndola de la cerviz, la aprieta fuertemente, no apartándose della hasta que con su ponzoña la mata.
Frente al enigmático emblema se ubicó un escudo de armas que representa el águila bicéfala y un león rampante que aluden a la condición noble del retratado. La mano izquierda de Alemán reposa sobre un libro en el que se puede leer el nombre Cornelio [Tácito]. Fue sin duda un best-seller de su época, así lo expresaba el alférez Luis de Valdés al escribir el Elogio de la Segunda Parte de la vida de Guzmán de Alfarache, impresa en Lisboa en 1604:

¿Quién como él en menos de tres años y en sus días vio sus obras traducidas en tan varias lenguas, que, como las cartillas en Castilla, corren sus libros por Italia y Francia? […] ¿De cuáles obras en tan breve tiempo se vieron hechas tantas impresiones, que pasan de cincuenta mil cuerpos de libros los estampados y de veinte y seis impresiones las que han llegado a mi noticia que se le han hurtado, con que muchos han enriquecido, dejando a su dueño pobre?

Prácticamente había nacido la novela moderna aunque, como dice Pedro M. Piñero: “al lector español no todo le sonaría a nuevo, pues Celestina, desde finales del XV, y Lazarillo, desde mediados del XVI, habían ido preparando al público para la nueva narrativa”. (Pedro M. Piñero Ramírez: la publicación del Guzmán de Alfarache (Madrid, 1599) y la invención de la novela moderna. En, Atalayas del Guzman de Alfarache. Seminario internacional sobre Mateo Alemán. IV Centenario de la publicación de Guzmán de Alfarache (1599-1999). Sevilla, 2002, p. 22
EL ALJARAFE Y GUZMÁN DE ALFARACHE: CRÓNICA DE UN ENCUENTRO AMOROSO
El capítulo primero del libro primero del Guzmán es fundamental para entender la génesis aljarafeña de nuestro protagonista y, por supuesto, la adopción de su curioso y toponímico apellido que, por motivos de punto de honra, debía ocultar su auténtico nombre. En este capítulo inicial, y por medio de un relato autobiográfico narrado en primera persona, Guzmán da a conocer quién fue su padre así como su “confuso nacimiento”; para ello, y a riesgo de deshonrarlos transgrediendo el cuarto mandamiento, no tiene más remedio que “cubrir mis flaquezas con las de mis mayores”, ya que Guzmán será fruto de una “flaca” unión amorosa.
Dicho esto, veamos ahora quiénes eran los padres de este universal aljarafeño. El padre de Guzmán y sus ascendientes eran genoveses, “agregados a la Nobleza”, y dedicados a la actividad que ordinariamente se le presupone a un genovés: el comercio, “era su trato el ordinario de aquella tierra”, aunque el trato, el comercio, también “lo es ya, por nuestros pecados, en la nuestra, cambios y recambios por todo el mundo” (p. 4). Debido a esta profesión el padre de Guzmán fue acusado de logrero, es decir, de usurero, uno de los más graves pecados de la España de la Contrarreforma, aunque “No tenían razón, que los cambios han sido, y son permitidos”. Guzmán, en la defensa de la actividad paternal, no defiende el “prestar dinero por dinero sobre prendas de oro, o plata”, pero sí lo que absolutamente, es decir, esencialmente se entiende por cambio pues ello “es obra indiferente, de que se puede usar bien, y mal” (p. 5).
Tal como Guzmán nos describe a su padre podríamos deducir su acceso reciente a la práctica católica, todo parece indicar que, aunque dedicado a virtuosos ejercicios, oír misa, confesar y comulgar con frecuencia, era acusado por su entorno social de hipócrita. Guzmán padre aprendió a rezar, “(en lengua Castellana hablo)”, con un largo Rosario “entero de quince dieces”, regalo de la madre de nuestro Alfarache quien, esa sí, era cristiana vieja, expresada esta condición por nuestro relator de esta manera: “las cuentas gruessas más que avellanas, este se lo dio mi madre, que lo heredó de la suya”. Otro de los graves pecados de la época era la murmuración, abominable práctica que sufrió Guzmán padre a menudo, aunque no era para menos. Tras una serie de vicisitudes se había casado en Argel, (donde desesperado “renegó”), con una mora rica, “con una Mora hermosa, y principal, con buena hacienda” (p. 5). Tras esto no dudó en engañar a la pobre mora, vendió sus propiedades con lo que la dejó sola y pobre y se vino a España “reduciéndose a la Fe de Jesu-Christo, arrepentido, y lloroso, delató de sí mismo, pidiendo misericordiosa penitencia” (p. 6). A partir de estas acciones muy poco creíble fue el progenitor de nuestro paisano aljarafeño: “Esta fue la causa porque jamás le creyeron obra que hiciesse buena”; al parecer, quien alguna vez había delinquido lo más lógico era presuponerle que lo volvería a hacer: “quien una vez ha sido malo, siempre se presume serlo en aquel género de maldad”. En efecto, el padre de Guzmán se alzó con más de una hacienda ajena pues “los hombres no son de azero”. Obviaremos, por ahora, las disquisiciones de Guzmán en torno a la problemática de la época: la venalidad de los cargos en la Monarquía, la usura y la práctica comercial instalada en los ministros y la aversión, generalizada en los regidores de la moral, de los escribanos y continuaremos con lo que aquí nos interesa: la relación amorosa aljarafeña que dará como fruto a nuestro Guzmán de Alfarache.
En su repaso por los principales pecados de la época, Guzmán para criticar, en apariencia, el afeite en mujeres y, por supuesto, más aún en los hombres, nos recuerda cómo su padre fue acusado de afeitarse y, por ello, nos lo describe así: “era blanco, rubio, colorado, rizo, y creo de naturaleza tenía los ojos grandes, turquesados; traía copete, y sienes ensortijadas” (p.10). Para Guzmán si esto era así no sería ni lógico ni justo que el buen mozo de su padre ocultara sus galas “no fuera justo, dándoselo Dios, que se tiznara la cara, ni arrojara en la calle semejantes prendas”; ahora bien, Guzmán estaba dispuesto a condenar a su propio padre si esta belleza era conseguida artificialmente: “si es verdad, como dices, que se valía de untos, y artificios de sebillos, que los dientes y manos que tanto le loaban, era a poder de polvillos, hieles, jabonetes y otras porquerías, confessaréte quanto de él dixeres y seré su capital enemigo”. Para Guzmán, como para los moralistas católicos contrarreformistas, estas prácticas eran propias de mujeres y si eran seguidas por hombres serían “actos de afeminados maricas”; y, por ello, constituirían unas prácticas dignas de la murmuración y de que “se sospeche toda vileza, viéndolos embarrados, y compuestos con las cosas tan solamente a mugeres permitidas que por no tener bastante hermosura, se ayudan de pinturas, y barnices a costa de su salud, y dinero; y es lástima de ver, que no solo las feas son las que aquesto hacen, sino aun las muy hermosas”. (p. 11)
El padre de Guzmán llegó a Sevilla con la intención de cobrar una antigua deuda. Aquí jugó a los naipes y tuvo suerte “que ganó en breve tiempo de comer, y aun de cenar”. Regalado por la diosa fortuna, Guzmán padre puso en Sevilla una buena, y honrada, casa y como todo rico del patriciado urbano pretendió echar raíces, unas raíces que se objetivaban en la compra precisamente de bienes raíces sobre todo en el Aljarafe:
Puso una honrada casa; procuró arraygarse, compró una heredad jardín en San Juan de Alfarache, de mucha recreación, distante de Sevilla poco más de media legua, donde muchos días, en especial por las tarde el Verano, iba por su pasatiempo, y se hacían banquetes. (p. 12)
La fachada oriental del Aljarafe, la que se asoma al río Guadalquivir y a Sevilla había sido, lo fue hasta hace poco, un auténtico vergel, un paraíso terrenal (ya hablaremos de las descripciones que muchos literatos harán de este paisaje idílico). El patriciado urbano sevillano, desde la Híspalis prerromana, pasando por la Colonia Iulia Rómula hasta la Isbiliya hispanoárabe, siempre deseó tener propiedades, fincas de recreo, haciendas de olivar o viñas en esta genuina comarca: Jardín de Hércules, fue llamada por los romanos, el padre de Guzmán no quiso ser menos y adquirió, gracias a la fortuna, esta heredad jardín en San Juan de Alfarache.
Pero no todo era fortuna para nuestro genovés pues éste trataba, es decir, comerciaba en las gradas de la catedral sevillana como lo hacían otros muchos tratantes al hilo del comercio con Indias y al amparo de la Casa de la Contratación de Sevilla. Fue aquí en las gradas catedralicias y en un bautizo donde tuvo lugar el encuentro de los padres de Guzmán. La madre era la madrina de un neófito que a la sazón “era hijo secreto de cierto personaje”, mientras que el padrino era un viejo caballero vestido con hábito militar. Así nos describe Guzmán a su madre: “ella era gallarda, grave, graciosa, moza, y de mucha compostura”. Una bella cristiana vieja, provista de una belleza natural alejada del afeite, de la que quedó absolutamente prendado el tratante genovés que no le perdió ojo todo el tiempo que duró la ceremonia del bautismo: “como abobado de ver tan peregrina hermosura, porque con la natural suya, sin traer aderezo en el rostro, era tan curiosa, y bien puesto el de su cuerpo, que ayudándose unas prendas a otras, toda en todo, ni el pincel pudo llegar, ni la imaginación aventajarse”. (pp. 12-13). A la bella sevillana no se le fue por alto la insistente observación del tratante y esto, coqueta ella, le llegaría a gustar sobremanera: “entre sí holgaba de ello, aunque lo dissimulaba, que no hay muger tan alta, que no huelgue ser mirada, aunque el hombre sea muy baxo” (p.13). En una sociedad estamental, tan en teoría rígida y clasista, la mirada de admiración y deseo de un hombre sobre una mujer siempre era bienvenida por ésta aunque el mirador fuese un vulgar, y pecador, tratante. Tras el encuentro visual y la insistente contemplación comienza el lenguaje, la semiótica del amor por medio de la mirada y sus protagonistas: los ojos, entra en juego: “los ojos parleros, las bocas callando, se hablaron, manifestando por ellos los corazones, que no consienten las almas velos en estas ocasiones”. Pero la bella mujer tenía dueño, el padrino de aquel bautizo, el viejo caballero con hábito de orden militar “que por serlo comía mucha renta de la Iglesia”, era el poseedor de aquella prenda “dama suya, que con gran recato la tenía consigo”. A Guzmán padre no podía borrársele aquel bello rostro de su imaginación, “mi padre quedó rematado, sin poderla un punto apartar de sí”. El tratante hizo lo indecible por volverla a ver, sólo había un lugar de socialización para el encuentro entre los sexos: la iglesia en misa, “jamás pudo de otra manera en muchos días”. Sin embargo, quien la sigue la consigue, “la gotera caba la piedra”, el padre de Guzmán sabía que sólo una celestina podía señalar el camino hacia la bella dama, sólo el buen trabajo, impulsado por un buen pago, de una dueña celestinesca podría debilitar el bastión de la castidad de una mujer de su casa, que soporta la debilidad de un viejo y enfermizo marido: “Tanto cabó con la imaginación, que halló traza por los medios de una buena dueña de tocas largas reverendas, que suelen ser las tales ministros de Satanás, con que mina, y postra las fuertes torres de las más castas mugeres”. Estas celestinas funcionaban a base de ruegos, de favores y de reales de plata: “por mejorarse de mongiles, y mantos, y tener en sus caxas otras de mermelada, no habrá trayción que no intenten, fealdad que no soliciten, sangre que no saquen, castidad que no manchen, limpieza que no ensucien, ni maldad con que no salgan”. Fue la escritura el medio de comunicación soportado por el pequeño y discreto billete, la dueña celestinesca el vehículo de transmisión de dos polos que cada vez se atraían con más insistencia, a ello le sumaba nuestro tratante progenitor de nuestro pícaro Alfarache obras, se trataba de alcanzar la belleza, como preconizaba la religión católica respecto de la salvación, por medio de las obras: “A esta, pues, acariciándola con palabras, y regalándola con obras, iba, y venía con papeles”. Ninguna obra podía superar el dinero, el capitalismo inventado precisamente en Génova, alcanzaba ahora cotas insospechadas, la inmanencia que constituía al ser humano podía ser comprada con dinero: “por haver oído decir, que el dinero allana las mayores dificultades, siempre manifestó su fee con obras, porque no se la condenassen por muerta”. Guzmán padre no dudó un instante en gastar lo que hiciere falta por conseguir aquella sevillana belleza y comenzó a regar dinero: “Nunca fue perezoso, ni escaso: comenzó (como dixe) con la dueña a sembrar, con mi madre pródigamente a gastar, y ellas alegremente a recibir”. Pero el acto de recibir produce obligación de reconocer máxime si hay predisposición y, de camino, un buen trabajo celestinesco: “como al bien la gratitud es tan debida, y el que recibe queda obligado al reconocimiento, la dueña lo solicitó de modo, que a las buenas ganas que mi madre tuvo, fue llegando leño a leño, y de falcas estopas levantó brevemente un terrible fuego”. La madre de Guzmán dudaba ¿Qué hacer?, su marido, el caballero, estaba viejo, enfermo y achacoso por lo que pronto la dejaría sola: “era hombre mayor, escupía, tosía, quexabase de piedra, riñón, y orina” (p. 14); por el contrario, frente a la decrepitud de la vejez caballeresca, aquél tratante era bello y joven, entre el aspecto de los dos hombres no había punto de comparación: “muy de ordinario lo havía visto en la cama desnudo a su lado, no le parecía como mi padre, de aquel talle, ni brío”. La duda acechaba el corazón de la joven, su discreción la empujaba al recelo pero las armas inmanentes la arrastraban al adulterio: “Era (como lo has oído) muger discreta, quería, y recelaba, iba, y venía a su corazón, como al oráculo de sus deseos, poniendo el pro, y el contra, ya lo tenía de la haz, ya del embés, ya tomaba resolución, o ya bolvía a conjugar de nuevo. Últimamente, ¿qué no corrompe la plata, y qué no el oro?” (pp. 13-14). Guzmán habla de su madre y Alemán, embebido de la misoginia imperante, de la mujer y de su innata afición por el cambio y la novedad: “el mucho trato (donde no hay Dios) pone enfado: las novedades aplacen, especialmente a mugeres, que son de suyo noveleras, como la primera materia, que nunca cessa de apetecer nuevas formas” (p. 14)
La dama, futura madre adultera de Guzmán, posee las armas propias de mujer fruto de su experiencia y de la enseñanza de su propia madre; es decir, para Guzmán-Alemán la “maldad” de la mujer es heredada y transmitida por vía femenina: “la mucha sagacidad suya, y largas experiencias, heredadas, y mamadas al pecho de su madre, la hicieron camino, y ofrecieron ingeniosa resolución”. Esta ingeniosa resolución no fue otra que encontrarse con su joven amado, a pesar de ser una mujer casada, con el que estaba dispuesta a encontrarse, a provocar un encuentro amoroso. Este encuentro pecaminoso tendrá lugar en un paraíso, a modo de aquel paraíso terrenal donde dominaba al hombre la pérfida Eva, un paraíso terrenal ideal que sólo podía tener un correlato terrestre: la fértil comarca del Aljarafe, con una fertilidad tal que de sólo ese encuentro nacerá nuestro Guzmán de Alfarache. La bella dama había tomado la decisión, mantendría una relación adultera así aseguraría su futuro en el caso de la muerte inminente de su decrépito esposo, así nos dice Guzmán que discurrió su madre:
En esto no pierde mi persona, ni vendo alhaja de mi casa; por mucho que a otros dé, soy como la luz, entera me quedo, y nada se me gasta. De quien tanto he recibido, es bien mostrarme agradecida, no le he de ser avarienta, con esto coseré a dos cabos, comeré con dos carrillos; mejor se asegura la nave sobre dos ferros, que con uno; quando el uno suelte, queda el otro asido. Y si la casa se cayere, quedando el palomar en pie, no le han de faltar palomas.

Ahora sólo cabía preparar el plan del encuentro, para ello contaba con la estrategia celestinesca: “trató con su dueña el cómo, y quándo sería”. En este momento es donde entra en juego el Aljarafe, allí en la fachada oriental de la comarca con vistas al famoso río bético tenía el padre de Guzmán su heredad, la joven concertó una visita a una de esas maravillosas quintas, pero antes de narrar este episodio veamos cómo se describe por parte de Mateo Alemán, en la narración de Guzmán, aquel idílico lugar:

Era entrado el Verano, fin de Mayo, y el Pago de Gelves, y San Juan de Alfarache el más deleitoso de aquella comarca, por la fertilidad, y disposición de la tierra, que es toda una, y vecindad cercana, que le hace el Río Guadalquivir famoso, regando, y clarificando con sus aguas todas aquellas huertas, y florestas, que con razón (si en la tierra se puede dar conocido Paraíso) se debe a este sitio el nombre de él; tan adornado está de frondosas arboledas, lleno, y esmaltado de varias flores, abundante de sabrosos frutos, acompañado de plateadas corrientes, fuentes despejadas, frescos ayres, y sombras deleitosas, donde los rayos del Sol no tienen en tal tiempo licencia, ni permissión de entrada.

Sólo en este paraíso símbolo de la fertilidad, del poder simbólico de la naturaleza, de la feracidad, de la riqueza material, de la salud como era este Aljarafe ya desde época de romanos, podía darse este encuentro amoroso y, también como fruto de este amor pecaminoso, la generación del protagonista: nuestro Guzmán de Alfarache. Eva, la madre primordial, en el paraíso terrenal engañó a todos fingidora y veleidosa, ahora la madre de Guzmán en el paraíso del Aljarafe, engañará también a todos con su histriónica invención, el tratante genovés sólo tendrá que poner su cuerpo y su semilla para dar origen a nuestro pícaro y más universal aljarafeño. Sigamos a Guzmán-Alemán y veamos cómo se desarrolló la famosa generación de nuestro pícaro:

A una de estas estancias de recreación concertó mi madre, con su medio matrimonio, y alguna de la gente de su casa, venirse a holgar un día, y aunque no era a la de mi padre la heredad adonde iban, estaba un poco más adelante, en término de Gelves, que de necesidad se havía de pasar por nuestra puerta. Con este cuidado, y sobre-concierto, cerca de llegar a ella, mi madre se comenzó a quexar de un repentino dolor de estomago; ponía el achaque al fresco de la mañana, de do se havía causado, fatigóla de manera, que le fue forzosa dexarse caer de la jamua, en que en un pequqño Sardesco iba sentada, haciendo tales extremos, gestos, y ademanes (apretándose el vientre, torciendo las manos, desmayando la cabeza, desabrochándose los pechos) que todos la creyeron, y a todos amancillaba, teniéndola compassiva lástima. Comenzabanse a llegar passageros, cada uno daba su remedio, mas como no havía de donde traerlo, ni lugar para hacerlo, eran impertinentes; bolver a la Ciudad imposible; pasar de allí dificultoso, estarse quedos en medio del camino, ya puedes ver el mal comodo; los accidentes crecían; todos estaban confusos, no sabiendo que hacerse. Uno de los que se llegaron (que fue de propósito echado para ello) dixo: Quitenla del passage, que es crueldad no remediarla, y métanla en la casa de esta heredad primera: todos los tuvieron por bueno, y determinaron, en tanto que passasse aquel accidente, pedir a los caseros la dexassen entrar, dieron algunos golpes apriessa, y recio: la casera fingió haver entendido que era su señor, y salió diciendo: Jesús¡ Jesús¡ ay Dios, perdono V. md. que estaba ocupada, y no pude más: bien sabía la vejezuela todo el cuento, y era de las que dicen: no chero, no sabo: dotrinada estaba en lo que havía de hacer, y de mi padre prevenida, demás que no era lerda, y para semejantes achaques tenía en su servicio lo que havía menester….” (p. 15)

El viejo caballero pidió a la casera refugio y posibilidad de descanso para su joven, bella y dolorida esposa que no paraba de quejarse de un intenso dolor en su vientre: “Mi madre a todas estas no hablaba, y de solo su dolor se quexaba”. La vieja casera, la de “no chero, no sabo” vistió una cama con sábanas limpias; mientras tanto, “Mi madre con sus dolores desnudóse, metióse en la cama” a la par que pedía paños calientes que, en apariencia, se aplicaba en el vientre pero que en realidad “los baxaba más abaxo de las rodillas, y aun algo apartados de sí”, puesto que temía que esta aplicación pudiera llevarla a “alguna remoción, de donde resultara afloxarse el estomago”. Mientras esto ocurría, el viejo caballero la dejó en la cama, ordenó silencio y no molestarla “luego cerrando con un cerrojo la sala por defuera, se fue a desenfadar por los jardines” dejando de portera y guarda de la flor a la famosa dueña que nada chería y nada sabía. Una vez quedó la casa libre de miradas indiscretas, Guzmán padre salió de su escondrijo y entró en la preparada habitación:

en aquel punto cessaron los dolores fingidos, y se manifestaron los verdaderos. En esto se entretuvieron dos horas largas, que en dos años no se podría contar lo que en ellas pasaron. (p. 16)

Fue así como quedó engendrado nuestro Guzmán de Alfarache. Guzmán padre salió de incognito para Sevilla, al declinar el sol subió a su caballo y se dirigió al Aljarafe, a su heredad. Allí se hizo el sorprendido encontradizo y le pusieron al día de lo que había ocurrido, “Era muy cortés, la habla sonora, y no muy clara”. El enamorado genovés ofreció su casa y cuando llegó la noche, la fresca noche del verano aljarafeño “salieron por el jardín a gozar del fresco”. Luego cenaron al aire libre y, tras la cena, bajaron al río en barca: “un ligero barco, llegados a la lengua del agua, se entraron en él, oyendo de otros que andaban por el río gran armonía de concertadas músicas, cosa muy ordinaria en semejante lugar, y tiempo”, así llegaron a Sevilla en la que cada uno se retiró a su casa. Surgió una buena amistad entre las familias, pero el caballero “hombre anciano, y cansado” tenía los días contados, sobre todo con “mi madre moza, hermosa, y con salsas: la ocasión irritaba el apetito de manera, que su desorden le abrió la sepultura”. Quedó la joven viuda “del primer poseedor, querida, y tiernamente regalada del segundo”. Tenía Guzmán tres años y asegura que tuvo dos padres, la madre decía que éste se parecía, según convenía, a cada cual, quizás a los dos mentía: “mas la muger que a dos dice que quiere, a entrambos engaña, y de ella no se puede hacer confianza”. (p. 21). Sin embargo, Guzmán afirma que su padre, el levantisco genovés, “por suyo me llamó, por tal me tengo, pues de aquella melonada quedé legitimado con el santo matrimonio”.

El ritmo de vida del nuevo matrimonio hacía augurar un descalabro económico. La hacienda aljarafeña constituía una fuente de gastos extremos. Todos los propietarios de esas quintas paradisiacas eran muy ricos y no tenían a las mismas como fuente de ingresos, sino todo lo contrario, es decir, eran argumentos de emulación y de exhibición de su estado y calidad los gastos en ellas empleados servían como argumento de ostentación social:

Aunque la heredad era de recreación, essa era su perdición, el provecho poco, el daño mucho, la costa mayor, assí de labores, como de banquetes: las tales haciendas pertenecen solamente a los que tienen otras muy assentadas, y acreditadas sobre quien cargue todo el peso, que a la más gente no muy descansada son polilla que les come hasta el corazón, carcoma que se le hace ceniza, y cicuta en vaso de ámbar.

A pesar de ello la guzmana había conseguido juntar casi diez mil ducados con los que se dotó para el matrimonio, dinero que fue utilizado por el padre para despabilarse, “como torcida que atizan en candil con poco aceyte”, y proseguir en la ostentación: “comenzó a dar luz, gastó, hizo carroza, y silla de manos, no tanto por la gana, que de ello tenía mi madre, como por la ostentación, que no le reconocieran su flaqueza” (p. 22). Los malos tiempos, los muchos gastos y pocos ingresos consumió al pobre genovés quien, finalmente, “de una enfermedad aguda en cinco días falleció”. Para entonces tenía Guzmán doce años, un joven criado en la opulenta Sevilla con cierta opulencia y sin padre: “era yo muchacho, vicioso, y regalado, criado en Sevilla, sin castigo de padre, la madre viuda (como lo has oído) cebado a torreznos, molletes, y mantequillas, y sopas de miel rosada”. Decidió probar fortuna y viajar “para salir de miseria”, y dejar su ciudad a pesar de que “es dulce amor el de la patria”. Sin embargo, aunque estaba pobre, para su desgracia, lo estaba aún más cargado de honra “la hacienda gastada, y lo peor de todo cargado de honra y la casa sin persona de provecho para poderla sustentar”. De ahí que para no perder esa honra decidiera no utilizar en adelante el apellido de su padre, pero ¿qué nombre y apellidos usar?

Su abuela, Marcela, gran maestra de la vida, como vimos, de su madre había jurado a muchos hombres que ella, la guzmana, era su hija: “Con esta hija enredó cien linages, diciendo, y jurando a cada padre que era suya, y a todos les parecía, a qual en los ojos, a qual en la boca, y en más partes, y composturas del cuerpo, hasta fingir lunares para ello, sin faltar a quien pareciera en el escupir” (p. 23). Marcela utilizaba para su hija el apellido que más le convenía: “Los cognombres, pues, eran como quería, yo certifico, que procuró apoyarla con lo mejor que pudo, dándole más casas nobles, que pudiera un Rey de Armas, y fuera repetirlas una Letania”. Sin embargo, se inclinaba hacia uno de los apellidos con más abolengo o, cuando menos, con más poder en la Andalucía del momento: “A los Guzmanes era donde se inclinaba más, y certificó en secreto a mi madre, que a su parecer, según le dictaba su conciencia, y para descargo de ella, creía, por algunas indirectas, haver sido hija de un Cavallero deudo cercano a los Duques de Medina Sydonia”.

Por tanto, nuestro pícaro utilizará como nombre el apellido puesto e impuesto a su madre, y por su propio apellido el del lugar donde fue engendrado, del que probablemente se sentía natural, el del propio vergel aljarafeño: Alfarache. Con este nombre llegaría a ser universalmente celebrado:

Y para no ser conocido, no me quise valer del apellido de mi padre, puseme el Guzmán de mi madre, y Alfarache de la heredad adonde tuve mi principio: con esto salí a ver mundo, peregrinando por él, encomendándome a Dios, y buenas gentes, en quien hice confianza.

Por consiguiente, el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán (y en este caso en la edición madrileña de Mojados de 1750) forma parte con toda dignidad y absoluta legitimidad de mi Biblioteca de Temas y Autores Aljarafeños.